La vida ha demostrado que el ser humano necesita siempre un ser divino, algo que le permita conseguir esa autorrealización espiritual; pero a su vez, conseguir una aprobación “celestial” que le dé sentido a su existencia y sus obras. Simplemente a ese elemento o factor le llamaron “Dios”. Pero ¿Qué tipo de Dios es? ¿Un humano? ¿O solamente es una fantasía de los desdichados? Hasta el día de hoy, ni los más eruditos ni muchos menos los mejores teólogos del mundo han podido describir la razón de ese Dios, de ese ser existente para muchos, pero desaparecido para otros.
La biblia nos presenta en su Nuevo Testamento pasajes de un hijo de carne y hueso enviado por el mismo Dios, su representación terrenal, aquel del cual hablaron los profetas y en un momento histórico el Rey David en el Salmo 23; donde menciona que “el Señor es su pastor y nada le faltará”; tiene una relación a lo que muchos años después en el capítulo 10 de San Juan, el mismo Jesucristo exclama “Yo soy el buen pastor”.
Y es con ello que la fe se armó, se consolidó como un factor de poder y de control sobre las almas de los necesitados de algo que llenara los espíritus, pero a su vez fue el consuelo para los duros de corazón y los pobres de alegría. Todo esto permeó en la educación, tanto a nivel personal-humano como académico; Intentar explicar cuál es ese Dios, darle un sentido a una palabra que para muchos significa o un todo o una nada: “FE”.
En efecto, la fe es algo que no tiene racionalidad, porque se trata de creer sin ver, de sentir sin tocar, de suspirar y llorar sin algún motivo que saliera de esa inteligencia (aun con muchas lagunas de aprendizaje) del hombre. Y sin duda, en estas líneas se es honesto y se asimila que no hay alcance dentro del raciocinio para explicarla. Honestamente, se admira al que la tiene y se contempla de lejos al que solo la usa para su beneficio.
La religión es un poder que nunca murió, más bien comenzó a infundir por mucho tiempo un mensaje de miedo, de rencor y de ira. Comenzó a hablar de un Dios que era “poderoso en la cólera y lento en la misericordia” (según el Antiguo Testamento), pero ya en la mitad del siglo XX, con el Concilio Vaticano II, se habló de un Dios “rico en misericordia y lento en la cólera”; basándose todo en el Nuevo Testamento, específicamente con la reproducción de su poder y su amor (puede leerse el libro de los Hechos de los Apóstoles y los 4 Evangelios).
Más allá de ser esto un escrito teológico, es importante notar que la religión permeó en todas las áreas de la vida. La educación no fue absuelta e históricamente, la misma siempre tuvo la influencia directa de los “representantes de Dios en la tierra”. Muchos errores se cometieron y el más cruel de todos fue el de mantener una mente conservadora y radical frente a los nuevos avances que se daban en el mundo. Hoy, es normal que exista dentro de varias órdenes religiosas que tienen a su cargo instituciones educativas choques sociales, políticos, ideológicos e incluso teológicos.
Se dieron cuenta que la figura de Dios es única y perfecta, que puede que esté o no, que se sienta o que se dude que exista, muchas veces ya no se está para ese debate; pero si se está para conservar la esencia de la pregunta de todos: ¿está o no? La respuesta la puede encontrar cada uno dentro de sí, no es malo si se cree o no, tampoco es malo dudar, el objetivo general es encontrar que el tema de la religión y de Dios es algo personal. Algo que no debe ni guiar un sacerdote, pastor, guía espiritual, Ayatolá o incluso un familiar.
La mejor religión del hombre debe ser la bondad, la conciencia crítica, la capacidad de discernir para la justicia y buscar el bien común para su pueblo, su familia y el propio. Si se cree, se honra a Dios, pero a él le gustaría que uno mismo se honrara con sus actos, con sus pensamientos y con su forma de ver la vida hacia lo que verdaderamente es justo y necesario. Si no se cree, pues lo anterior aplica también, buscar esos elementos que nos permitan ser humanos, si se quiere demasiado humanos o por otro motivo, ser alma y cuerpo.
Muchas personas vienen de un hogar conservador en religión, pero también rico en valores y moral, otros solamente comparten el primero y lo demás se lo dejan a la suerte de la realidad. Es común que en esta sociedad exista la hipocresía de utilizar a la religión como un bastión para engañar y justificar actos corruptos, violencia e injusticias como una “acción en pos de una divinidad y del pueblo”. No hay nada que genere lo colérico de Dios que un mentiroso, un hipócrita y un injusto.
En Guatemala hay muchos así, que generan esa ira hacia el superior, pero lo que más preocupa, es el daño a la gente, a ese prójimo que supuestamente respetan y aman. En conclusión, muchas veces la cólera de Dios no es un castigo, sino que es presenciar que su ausencia está vigente, y ojo, no es su culpa de todo lo que pasa, es nuestra culpa, porque se tiene el libre albedrío, y a la vez decidir que, hacer para nuestro bien y el de los demás; muchas veces pensamos solo en nosotros y se debe ser racional de que nos debemos a los otros porque nos nombraron, nos amaron y nos reconocieron como un ser que tiene derechos, y que tiene un corazón y un alma. Por eso soy y somos, se crea o no se crea en un Dios. Es difícil saber si está; pero si se siente, lo recomendable es trabajar por lo que se predicó hace tantos años y hoy sigue siendo necesario aplicar para una sociedad enferma y lastimada como la nuestra.
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Oscar Ramírez
Licenciado en Ciencia Política (Universidad Rafael Landívar) y Magister en Docencia Superior (Universidad Mesoamericana de Guatemala). Soy una persona apasionada por la historia y la educación, además del fútbol y las buenas platicas con los amigos y la familia. Mi intención es aportar con mis escritos al análisis crítico y realista de varios factores de la realidad socio-nacional.