Carta abierta de un ciudadano en plena crisis política
Hemos vivido en una continua crisis política desde el inicio de este gobierno fallido. Por ello, esta convulsión social, motivada por altos niveles de polarización y elevados indicadores de riesgo de conflicto, era inminente. Lo que sucede hoy es el cúmulo de muchos años de represión, mal liderazgo, hartazgo ciudadano y abuso de poder. A nadie que haya seguido la coyuntura de nuestro país le sorprende que hoy por hoy, estemos en esta situación.
Al inicio de las manifestaciones y bloqueos, expliqué que, si bien los bloqueos siempre serán ilegales por su razón de ser y limitación a la libre locomoción, comprendía su existencia como mecanismo utilizado por grupos de la población que suelen ser marginados (como los campesinos y líderes indígenas) para llamar la atención de las autoridades estatales y como una herramienta política para posicionar las consignas de las manifestaciones en la opinión pública.
Ahora, más diez días después del estallido social, los bloqueos permanecen sin haber logrado que se ejecuten sus consignas y generando conflicto. Lastimosamente, no hay renuncias por parte de aquellas autoridades que han perseguido y atentado contra los derechos guatemaltecos. Al contrario, se aferran a sus puestos y se aprovechan de la creciente división entre los mismos grupos que exigen su renuncia.
De igual forma, hay total desconexión y falta de acuerdos entre actores políticos y de poder que podrían ponerle fin a la crisis. Esto significa que los bloqueos solo han sido eficientes para llevar un mensaje y que han fracasado como medidas de presión para forzar las solicitudes de una gran parte de la población. Por esa razón, por las pérdidas económicas que conllevan en un país en vías de desarrollo y por la fragmentación que generan entre los mismos ciudadanos, hago un llamado para que los bloqueos sean cosa del pasado y que las manifestaciones se concentren, de manera pacífica siempre, en las plazas y frente a las sedes de las instituciones que, como agentes de poder, tienen en sus manos las soluciones a esta crisis. Además, cabe resaltar que ninguna manifestación debería caer en narrativas que alienten la lucha de clases y el resentimiento, los mensajes anticlericales o racistas, ni la agitación violenta. El mensaje debe ser uno, general y claro, que es la lucha loable por el respeto a la libertad en la democracia; un sistema de gobierno que han intentado cooptar algunas autoridades embriagadas de poder y cegadas por ideologías radicales e intereses mezquinos.
La fuerza ética de este reclamo social (apoyado no solo por el movimiento indígena campesino, sino por sectores universitarios, académicos y productivos del país) radica sobre todo en la capacidad de mantener la paz para hacer llegar consignas imprescindibles para el rescate del país. Pero eso, en este preciso momento, no está sucediendo. Las manifestaciones pacíficas se han tornado violentas, independientemente de si los vándalos son infiltrados o si forman parte de los mismos grupos campesinos. Da igual, porque violencia es violencia y con cada hecho registrado, pierde legitimidad aquel movimiento ciudadano orgánico que se levantó en contra de la corrupción y persecución injusta de algunas autoridades.
Sostengo que todo cambio de raíz y extirpación de los males de un sistema, serán incómodos. Deben serlo. Estos son los platos rotos que pagamos luego de tantos liderazgos fallidos que hemos permitido que nos gobiernen. Pero de la incomodidad a la irresponsabilidad hay un paso. Lo que comenzó siendo incómodo pero necesario, hoy ha llegado a ser irresponsable y peligroso. Exijo a los líderes de la nación a que se sumen al clamor popular para exigir los cambios que solicita la ciudadanía, pero bajo un auténtico Estado de Derecho, en el que se respeten las leyes constitucionales y prevalezca el diálogo. A las partes enfrentadas, les recuerdo que es de urgencia nacional, que hagan a un lado sus egos y diferencias para ocupar los puestos en la mesa de la mediación y acordar, con madurez política, una ruta de país en el que siempre reine la paz.
JUAN DIEGO GODOY ESCOBAR
Periodista y escritor
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Juan Diego Godoy
Escritor y periodista. Autor de la novela "Todas las caras del círculo" (2023) y corresponsal para medios internacionales. Analista político en la consultora Diestra y profesor universitario de la Universidad del Istmo.