Hace más de 75 años en Guatemala ocurría lo que sería un punto de inflexión en la historia de nuestro pequeño país centroamericano, el 20 de octubre; un levantamiento popular impulsado por una revuelta militar que a su vez era encabezada por altos mandos, estaban decididos a dar un golpe contra un gobierno represivo que ya estaba causando un malestar en la población en general.
Dicho acontecimiento es conocido como la Revolución de Octubre, la revolución le daría paso a otro período llamado “La primavera democrática”, en el cual Guatemala gozó de reformas que trajeron al país beneficios como el Seguro Social (IGSS) y el código de trabajo, al mismo tiempo que surgieron términos que se desconocían dentro de territorio nacional, como la “justicia social”.
Los gobiernos revolucionarios fueron conocidos por traer beneficios que, hasta el día de hoy, cientos de miles de guatemaltecos tienen acceso, son vistos por las generaciones modernas con una nostalgia indescriptible, cuando en simultáneo muestran un total rechazo a la clase política actual y como se desarrolla el entorno de la misma.
¿Por qué Guatemala es el país del “hubiera”?
Si bien es innegable los avances de los gobiernos revolucionarios, también se tiene presente que jamás se debe de idealizar a los políticos. Juan José Arévalo nunca fue cuestionado por las investigaciones que hizo el gobierno estadounidense con ciudadanos guatemaltecos en el que fueron infectados con enfermedades venéreas sin su consentimiento, dichos estudios no aportaron ninguna información útil para el tratamiento de las mismas.
Juan José Arévalo defendió la libre emisión del pensamiento, sin embargo, la poca tolerancia que tenía a la oposición, lo llevo a comprar el diario Nuestro Diario, para poder contrarrestar la propaganda que la oposición llevaba en su contra, un acto que sería duramente cuestionado si se suscitará en nuestra época.
Jacobo Árbenz, el expresidente, seguramente más icónico de la memoria histórica, quién en su momento fue ampliamente criticado por sus nexos comunistas que a día de hoy siguen siendo negados, tampoco han no reconocer que el mismo exmandatario se afilió a la Internacional Socialista en 1956.
La memoria histórica parece también haber olvidado la presencia de Árbenz durante el asesinato del coronel Francisco Javier Arana, otro de los artífices de la revolución de octubre y quien, en el contexto político de la época, representaba el mayor rival en la contienda presidencial para Árbenz, este último negó su participación dentro del acontecimiento, pero aceptó que comandaba la unidad que debía interrumpir el trayecto del coronel Arana. El mismo Juan José Arévalo señaló años después que el asesinato de Arana no beneficiaba a nadie más que a Jacobo Árbenz y su meta de obtener la presidencia guatemalteca.
En la actualidad, la sociedad guatemalteca añora regresar a la primavera democrática, aunque no sepa el estricto significado de la palabra, si bien ambos gobiernos revolucionarios llegaron por medio de las elecciones democráticas, existió un gran aparato estatal que permitió a los candidatos más populares asegurar su victoria en los comicios, algo que parece no importar para la memoria histórica debido a que quienes lo realizaron, son de la simpatía popular.
En nuestra memoria y nuestra responsabilidad cívica, debemos dejar a la revolución y sus consecuencias como hechos históricos que nos permitieron dar un paso adelante dentro de nuestro desarrollo como país y como sociedad, debemos y necesitamos dejar de idealizar que hubiera pasado si Árbenz seguía en el poder, el vivir del hubiera nos destina a pensar sobre todas las posibilidades que pudieron haber ocurrido.
Hemos perdido buena parte de nuestro tiempo dedicándolo a creer en la patria que hubiera y no en la que podemos construir.
Las ideas plasmadas en este texto son responsabilidad de su autor y ajenas a Telégrafo.
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Osmar Gamboa
Estudiante de Ciencia Política en la Universidad de San Carlos, apasionado por las culturas e historias.