La traición de Dios

Si en realidad existe un Dios que rige sobre los hombres, quiero creer que fuimos capaces de atarlo con cadenas y torturarle de formas inimaginables, a tal grado que rompimos su ser y doblegamos todo acto de buena fe hacia la humanidad. ya que de lo contrario no sería capaz de creer, que esto sucede frente a mí.

Parte 1

Las noches de invierno son el escenario perfecto para cualquier bestia que deambule por los campos, veredas y panteones. La gran guerra ha permitido que mi oficio se desarrolle bien y que tenga un crecimiento exponencial. 

Evidentemente es difícil poder suplir a toda la clientela, ya que los cadáveres de cientos de personas llegan día con día, así que tuve que renunciar a mi empleo como médico.

-Es irónico creer que me iría mejor tratando con los muertos cuyos rostros se encuentran desahuciados. Nunca me dejo de sorprender como después de la muerte, puede distinguirse la angustia y tristeza de una persona.

Los semblantes varían según sea su muerte, aquellos quienes mueren por causas naturales suelen tener rostros con una falsa expresión de serenidad, como si los visitase un “ángel”; a manera de un remanente de su corta existencia, que poco a poco se adentra en su cuerpo mermando todo rastro de vida y cuando su alma se ve en su último instante se sorprenden cuán rápida y piadosa fue su muerte. Ya sean enfermedades dolorosas o un simple dolor en el pecho, su mundo ha terminado en un mismo instante. 

Estos suelen ser mis pacientes predilectos, los cuales no son muy frecuentes en mis excursiones por los cementerios. Si bien los cuerpos no paran de llegar a diario cargados en camiones, tractores y vehículos militares, suelo tener competencia con otros trabajadores de mi mismo oficio, seres que no buscan un beneficio económico, sino que buscan saciar su hambre con carne y buscar un abrigo entre los cuerpos hinchados.

-Quizá esté siendo muy gráfico al decir mis palabras, ¡pero a quién mierdas le importa! Los cuerpos se siguen acumulando día con día, las bestias de los bosques han retornado a las afueras de las ciudades, los buitres y cuervos vuelan por los aires, buscando los cadáveres frescos.

A todo esto, no he podido retomar mi planteamiento sobre los rostros de los muertos. Los más comunes suelen ser los fallecidos por disparos. Sus expresiones se encuentran grabadas de forma inaudita, es perceptible el miedo y angustia que existe momentos antes de su muerte; e indudablemente son testigos de la pérdida de cada gota de sangre. Cada bocanada se convierte en una cuenta regresiva que resulta en contracciones musculares y espasmos en órganos que fallan por falta de este preciado líquido.

Lo más triste de mi empleo es ver niños en esta clase de lugares y me refiero tanto vivos como muertos. La guerra ha sido dura con todos, no solo con aquellos con los que luchan si no también con los que quedan en la orfandad. Ya que estos infantes no tienen otra fuente de alimento, más que los cuerpos recién llegados. 

¡Claro!, no es posible acercarse a los cadáveres durante el día por lo que se puede observar jaurías de niños asilvestrados en las ramas de los árboles o escondidos en mausoleos, vigilando la entrega del día. Seleccionando cuál será su comida por la noche.

Tan pronto comienza a atardecer y la oscuridad se cierne sobre las cruces de los santos, aparecen estos niños poseídos por el hambre y la locura. Abalanzándose sobre su víctima que yace inerte, inician arrancando trozos de carne de las extremidades, quizá para no sentirse tan mal con la idea de comer carne humana.

Posteriormente, continúan arrancando con uñas y dientes partes del torso hasta poder abrir la caja torácica. Los órganos más preciados para estas almas desahuciadas por Dios; suelen ser el hígado y riñones de mujeres y niños asesinados. Dado que su edad o estatus social no les permite exponerse ante vicios o enfermedades contagiosas, su carne es la más valiosa.  

Pero el órgano más valorado y por el cual frecuentemente se producen los pleitos, es el corazón. Solo los más fuertes o aquellos que se aproximen primero al cuerpo, buscarán extraerlo y comerlo sin siquiera pensarlo. 

Es nauseabundo incluso para mi el ver como un instinto de supervivencia se fusiona con lo macabro. Observar la sangre espesa que brota del órgano en descomposición, el hedor que emiten los cuerpos pero sin embargo, lo anhelan de tal forma que es notorio el éxtasis y la satisfacción en sus ojos; aunque estos actos los lleve a la demencia más adelante. El ser partícipe de esta escena me hace parte de un cuestionamiento filosófico.

¿Cuál es la función de la existencia de Dios?

Soy yo quien está frente a un acto de canibalismo, mientras un niño desgarra el pecho de una muchacha que modela un vestido bastante hermoso, probablemente la amante de uno de los altos señores de la Nación Azul, de lo contrario no estaría en esta fosa común. La mirada de aquella chica es nula, sus ojos y su rostro son indiferentes ante lo que sucede en su pecho, su vestido es manchado por la sangre y la suciedad del niño. 

Puedo ver lo abandonados que fuimos por Dios.

Si en realidad existe un Dios que rige sobre los hombres, quiero creer que fuimos capaces de atarlo con cadenas y torturarle de formas inimaginables, a tal grado que rompimos su ser y doblegamos todo acto de buena fe hacia la humanidad, ya que de lo contrario no sería capaz de creer, que esto sucede frente a mí.

Si bien esto es muy repulsivo, ¿quién soy yo para juzgarlos?, únicamente me remito a alejar estas pandillas de caníbales mediante un revólver calibre 22, el cual llevo en mi chaqueta y desenfundo para la protección de la mercancía y mi persona.

Llegando a este punto es evidente cuál es mi oficio. Busco materiales para cierta clase de “rituales” o “trabajos”. Pueden ir desde órganos o extremidades, cráneos, huesos e incluso cabellos. A decir verdad, el poder realizar cortes quirúrgicos ha permitido tener ganancias admirables.

Solo existen dos reglas:

  1. No discuto el precio
  2. Y no pregunto para qué será utilizado

Respetando estas dos reglas me he mantenido cuerdo hasta ahora. Aunque para ser sincero, últimamente me he sentido distinto. Aquellos para quienes trabajo me han advertido que respete a los muertos, que no los vea como un objeto de negocio o para mi deleite.

Bueno ¿quizá solo son cuentos absurdos? ¿no lo crees?

Jazmín no supo qué decir. Únicamente lo abrazó con fuerzas y le pidió que regresara pronto

Es tarde Jazmín, debo partir…

Continuará en la parte 2

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