No cabe duda que el proceso electoral del 2023 ha sido el más cuestionado de las últimas décadas. Desde impugnaciones de la mayor parte de los partidos políticos en torno a los resultados, hasta narrativas infundadas por parte de diversas cuentas en redes sociales para deslegitimar la voz de la población. Con una segunda vuelta aproximándose, lamentablemente la situación parece no terminar.
¿Cuál es el resultado de este berrinche político? La principal consecuencia es un mayor deterioro en la institucionalidad democrática en el país, lo cual se puede traducir en menos confianza en las instituciones y entidades que son el engranaje principal para que una democracia moderna funcione, cómo el Tribunal Supremo Electoral, las cortes de justicia y por supuesto los partidos políticos. Pero por un momento no nos enfoquemos en los efectos (eso será, definitivamente, para otra columna). Considero que hay algo mucho más preocupante en todo este caos político-electoral: la ausencia de demócratas en nuestro país.
Si bien existen muchísimas teorías sobre qué es lo que significa vivir en democracia, existen ciertos preceptos básicos que deben cumplirse en un régimen democrático. El politólogo Robert Dahl enumera en su libro “La Poliarquía” estos mínimos, algunos de los cuales son:
- Libertad de asociación
- Libertad de voto, elecciones libres e imparciales
- Derecho de los líderes políticos a competir por los votos
- Que las instituciones garanticen que la política de gobierno dependa de los votos y de las demás formas de expresar las preferencias
Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿nuestra clase política es demócrata, es decir, defiende las reglas del juego democrático y especialmente los principios mencionados arriba? Lo que ha sucedido en las últimas semanas en nuestro país indica que no. De diversas maneras se intentó obstaculizar y retrasar el proceso de adjudicación de cargos, lo cual es abiertamente antidemocrático, ya que no solo se puso en tela de juicio la labor de las juntas electorales (conformadas por ciudadanos como tú y yo), sino también se puso en peligro el principio de alternabilidad en el poder al ser incierto si habría o no segunda vuelta.
Y ojo, con esto no estoy diciendo que no era necesario dilucidar ciertas anomalías o resolver las impugnaciones de los partidos. No obstante, muchos de los alegatos de los partidos políticos eran sin fundamento y únicamente respondían a una narrativa para desacreditar los resultados del 25 de junio y generar caos social.
Además, vale la pena recordar que el desplazamiento de ciertas fuerzas políticas por otras es a priori positivo, puesto que la perpetuación en el poder no tiene cabida en ninguna democracia. El que políticos presenten prácticas antidemocráticas es similar a que en un partido de fútbol un equipo, luego de haber perdido, no solo no acepte el resultado, sino que intente manipular las reglas del juego para su propio beneficio.
La ciudadanía tiene el deber moral de rechazar este tipo de conductas y, sobre todo, de ya no volver a votar por tales organizaciones. Una democracia sólida solo se puede construir con el esfuerzo de demócratas que respetan la institucionalidad de un país. Y si los partidos políticos no demuestran que para ellos es importante la salvaguarda de las reglas del juego, la ciudadanía tiene que hacérselos recordar.
Tenemos aún un gran reto de aquí al 20 de agosto: defender la débil democracia guatemalteca y que se respete la voluntad de la ciudadanía. Estemos alerta, ya que no hay que olvidar que de la democracia al autoritarismo hay un solo paso.
Related Tags
Javier Medina
Escritor de las 3 am y fanático del cine que nadie ve. Estudiante de Ciencia Política en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Coordinador Local en Students For Liberty Guatemala y editor para el blog de Eslibertad Latinoamérica. Coordinador de proyectos de la agrupación Política Constructiva y columnista ocasional para el diario La Hora.